jueves, 11 de febrero de 2016

This is love: Doctor en Alaska



Los que me han leído hasta ahora saben que veo muchas series, pero lo que quizás no saben es que puedo llegar a tener una relación realmente intensa con ellas. No siempre desde luego, veo series bastante chorras que olvido a la velocidad de la luz, pero hay otras que se me adhieren a la piel  y ahí se quedan. No sólo me ocurre con las series, digamos que me sucede con la ficción en todas sus formas, pero las series, por su formato alargado en el tiempo y de consumo (más o menos) puntual,  tienen la posibilidad de asentarse con más calado en mí.

La primera vez que me enamoré de una serie, porque quizás eso sea lo que más se asemeje a lo que siento, fue con Doctor en Alaska. Y el primer amor nunca se olvida. No soy objetiva con ella, no lo soy con ninguna pero con ésta mucho menos, y jamás admitiré ninguna crítica negativa sobre nada que tenga que ver con la serie. Para mí es absolutamente perfecta,  y no se trata de un recuerdo de halo brillante en mi memoria, ya que a lo largo de mis tres décadas de vida he visto sus 110 episodios completos en tres ocasiones, algunos muchas más veces, ya que parecía que La2 tenía sus predilectos a la hora de repetir capítulos, y sé que disfrutaré muchos más visionados si la suerte me acompaña.

Podría escribir un blog completo sólo hablando de ella, de sus personajes, de sus escenas más memorables, de los libros, películas, música o historias que nos regalaba en cada episodio, y quizás lo haga algún día, pero hoy sólo me regodearé en mi amor por ella. Y si alguien se anima a compartir el suyo me hará más que feliz.

Caí prendida de las historias de Cicely, pueblo centro de la historia, a mediados de los 90, cuando no era más que una preadolescente sin acceso al mando a distancia y sin mucho control sobre mis horarios. En aquellos tiempos estábamos acostumbrados al continuo maltrato al que las cadenas de televisión nos tenían sometidos, pero Doctor en Alaska se llevaba el oro en el caos televisivo con horarios nunca fijos, incluso los días de emisión podían moverse sin previo aviso,  tremendamente tardíos, y sin llegar a mantener nunca una cronología acorde con las emisiones originales. Doctor en Alaska era una serie casi inaccesible para mí, pero no por ello permití que mi amor imposible se desvaneciese. Fueron las madrugadas de los largos veranos sin colegio mi única posibilidad disfrutar de ella como de un fruto prohibido, y son esas calurosas noches con el volumen de la tele al mínimo y con el teletexto continuamente mostrándome un horario incumplido, uno de mis mejores recuerdos de aquella época.

Quizás fue esa mezcla de niñez y adultez en la que me encontraba la que permitió que al igual que Joel, el médico neoyorkino protagonista de la aventura, me fuese abriendo a la realidad mágica de Alaska y fuese llenándome del frío de sus bosques, la filosofía de sus ondas de radio o la camaradería de sus sillas de bar. Pero veinte años después pocos dilemas en los que me pone la vida no han sido cuestionados, debatidos y dulcemente compartidos por los habitantes de Cicely conmigo. En algún lugar decían (no lo recuerdo) que era imposible luchar contra la influencia de la televisión en la educación de los hijos, que en última instancia Madonna tiene más peso en su formación que cualquiera de sus familiares o maestros, es una cuestión de tiempo y de atención. Debe ser la referencia más noventera que os podáis echar a la cara, pero no por ello menos cierta. Yo podría afirmar que Doctor en Alaska fue mi Madonna, y que de pocas cosas puedo estar más orgullosa.

jueves, 4 de febrero de 2016

MR. ROBOT



A estas alturas todos sabemos ya que Mr. Robot fue probablemente la mejor, o una de las mejores, series de 2015. A mí me cuesta decidir porque el año pasado nos dejó bastantes perlas, entre estrenos (Daredevil, Mr. None, Better call Saul…) y nuevas temporadas (Mad Men, Fargo, The Americans, Transparent…) tuve la agenda tan saturada que comencé a pensar que tengo un problema.

Alejemos  ese pensamiento centrándonos en Mr. Robot.

Reconozco que empecé a verla por la obsesión que tengo con los actores ACABADOS [Me gustaría aclarar en este punto que mi lista de obsesiones es casi tan larga como mi lista de episodios por ver]. Quizás esto no sea algo que deba reconocer, pero soy una gran fan de los actores que aparecen como grandes revelaciones, a los que todos auguran un futuro prometedor, y que realmente esperamos ver cambiando nuestro mundo, y que, tras esa primera explosión en la que los admiramos en cada cartel del cine, desaparecen para volver al cabo de los años con una enorme L en su frente. LOSER. Soy así. Uno de mis ACABADOS fetiche es sin duda Christian Slater. Recordemos por un segundo a ese chaval en El nombre de la rosa al que todos veíamos a punto de florecer en los 80 y tachán… Pelis malas por doquier. Gracias por Hard Rain, nunca me cansaré de ver esa mierda. Así que Christian Slater aparece (por supuesto que vi My own worst enemy y lloré su pérdida) y no puedo resistirlo, veo ese primer episodio de una serie de una cadena totalmente desconocida para mí (Porque sí, conocemos ya las cadenas de televisión americanas como si fueran nuestras, pero quién conoce USA Network) y flipo. Está guay. Mi adorado Christian Slater sale unos contados minutos que son oro para mí pero no importa, quiero ver más. Porque es interesante, es oscura, habla de cosas molonas como seguridad en la red, encriptaciones, multinacionales malignas, gente weird que sufre asperger o algo así que está tan de moda, terrorismo new age, malos que son mediobuenos y buenos que son mediomalos, salen guapérrimos del norte de Europa que hablan sueco y danés –COOL- en su casa y son de esos malos europeos que los americanos imaginan tan sofisticados y demoníacos, y el superefecto de la realidad confusa: hay cierta niebla que nos impide ver la situación con claridad y no sabes muy bien si lo que acabas de ver ha ocurrido o no. Eso mola.

Además de toda esa atmósfera de la que Mr. Robot puede presumir, porque les ha salido bastante bien, la serie tiene una trama que engancha y que se nutre de una realidad que rara vez se nos revela. Nos muestra situaciones que estamos viviendo día a día y de la que sin embargo parece que no formamos parte. Porque aquellos que mueven los hilos han inventado un idioma que nos excluye, que nos ciega, y de eso habla la Mr. Robot. Nuevos revolucionarios, guerras que se luchan entre gigantes y grupos de diminutos David, que teclado en mano consiguen pequeñas enormes victorias, que quizás no sirvan para nada, o sí, insurrectos que imaginamos en la estela de Snowden, Assange o Anonymous, antisistemas de un sistema corrupto. En esta historia tú eres la víctima, y tus únicos posibles héroes son unos hackers que se alimentan de bollycaos y palomitas manidas. Y está Elliot claro, que es el prota. Por desgracia algunas de sus subtramas personales no están tan conseguidas como el eje central de la historia, espero que vayan remediando esos flecos porque es una lástima que un personaje tan atormentado no llegue realmente a conmovernos. Quizás en la segunda temporada.

Te gustará si
Te flipaste con El Club de la Lucha, te va el rollo del bombazo al final del episodio y sientes predilección por los inadaptados sociales.

No se te ocurra verla si
Odias el uso de la voz en off, te enervan los giros inesperados  y te aburre la cháchara tecnológica.

Hechos completamente inútiles sobre Mr. Robot 
Las cabeceras son lo máximo. La fotografía en general es una pasada, pero sus cabeceras son dignas de revisionado. Es sólo un segundo, pero siempre lo esperaba con entusiasmo. Y me encantaría encontrar el parche de Mr. Robot para ponérmelo en una chaqueta ¿eso lo venden? I want it.